Llevaba tiempo sin pasar por el Café de Darina. Lo descubrí paseando a mi perro, pero desde que ya no estaba entre nosotros había dejado de visitar esa parte del barrio. El local en sí no tenía demasiadas pretensiones, pero me llamó la atención el cartel de "especialidades búlgaras", así que le di una oportunidad. El café, bueno sin más, y las pastas habituales nada del otro mundo. Lo único destacable de la propuesta era la repostería búlgara de nombres desconocidos para mí hasta entonces.

Poco a poco, y saboreando las especialidades de la casa fui volviéndome un habitual. Pero la verdadera razón para regresar era que su propietaria me despertaba un morbo increíble: una señora cercana a los cincuenta de estatura media pero bastante corpulenta, lo que le daba un aspecto algo chaparro. Vestía mallas por las rodillas, dejando ver una piernas poderosas de grandes gemelos y un trasero portentoso. Una belleza rolliza de gran escote que me tenía cautivado.

Tenía que esforzarme por no quedar embelesado mirándola, ya que en la cafetería la acompañaba a modo de ayudante su marido. Aunque lo más que hacía era vaguear. Parecía que su verdadera dedicación era la de guardián, ya que el trato de y con ella era mucho mejor cuando estaba sola: era un encanto de mujer risueña siempre atenta a mimar a mi perro.

Esa tarde llevé el coche a revisión y me vi en la puerta de Darina.
— Cuánto tiempo, ¿hoy viene solo? - me saludó como si no llevara meses sin verme. - ¿Café solo?
— Si, gracias. Mi perro murió hace meses - dije sin dar mas explicaciones.
— Pobrecillo.
— ¿y tú también sola?
— Si, "el señor" no se encuentra bien - se quejó - Darina ya se encarga de todo, ya lo aguanta todo... Y con este dolor de piernas.

Abrí como un resorte mi maletín y le ofrecí un par de botes de crema para piernas fatigadas. Muestras de mi trabajo como representante de una empresa de cosmètica para farmacias.
— Toma, esto te sentará de maravilla - cojió las cajitas y las llevó al interior mientras leía por encima de las gafas.

Apuré mi café y la seguí para pagar la consumición. Antes de cobrar se quitó el delantal en un gesto muy sensual.
— Hora de cierre. ¿Qué le debo de las cremas?
— Nada, mujer. Invita la casa.
— ¿Y cómo se aplica? - la simpleza de la pregunta podría ser altamente sugerente, aunque con la prudencia suficiente para marcar los límites si fuera necesario.
— Te la puedo poner yo - dije con naturalidad tomando las riendas de mi fantasía.
— Eso sería algo "atrevido"
— El triunfo es de los que arriesgan - aprobó con la cabeza mi afirmación.

Apoyó la espalda en la mesada, agarrándose con las manos al borde. Acerqué una silla y me arrodillé para coger su tobillo izquierdo. La descalcé y posé su pie sobre el asiento. Abrí el tubo y dejé caer un hilo de crema. Masajeé bien y ascendí lentamente hasta los gemelos.
— Uah, ¡Qué sensación! Siento frío y calor a la vez
— Fíjate si la crema funciona que seguro que el calor se ha desplazado hasta bastante mas arriba...

Por respuesta se bajó de la silla y fue a cerrar la persiana. Me hizo gracia verla cojear mientras iba y venía. Se descalzó y se puso enfrente con las piernas separadas. Le bajé los shorts con dificultad por el tamaño de sus posaderas, la volteé y puse mi cara entre sus nalgas mientras las amasaba con las manos.
— Tienes manos de panadero.
— ¿Vengo todos los días a hacer el pan?

Le quité las húmedas bragas, hice que echara el culo atrás y lamí su coño de labios inflamados. Tembló al sentir mis caricias y me dediqué a darle placer.
— Tengo una crema para los moratones.
— ¿Tengo uno? - acertó a decir cuando le propiné una sonora nalgada. Se tensó pero volvió a su posición.

Miré al suelo y pude ver cómo el sexo le goteaba, estaba en ebullición.
— ¿Me darás más crema? - agarrándome el paquete.
— Otro dia - me separé de ella causándole sorpresa - la primera es gratis. Si quieres más, llámame un dia que estés sola y te embadurno bien.
— ¿Y un anticipo? - dijo cojiendome con violencia de las solapas.

Ya en cuclillas me desnudó en un movimiento. Me prendió por la nalgas y mi erección desapareció en su boca. Me pilló desprevenido y tuve que sujetarme mientras me bañaba en saliva profiriendo sonidos guturales como si ella disfrutara mas wue yo.A ritmo vertiginoso se aproximaba mi orgasmo y apenas la pude avisar.
— Dale a Darina toda esa crema de macho.

A su petición me vacié por completo en su cara, embarrándola toda.
—Niño, que cargado venías - rió para acto seguido recoger algunos restos y llevarlos a su boca - y ¡Que dulce! Vístete y vuelve pronto... Con más crema